Después de este polvo bajo las estrellas, nos tumbamos desnudos como sobre nuestra ropa esparcida. Ella viene a acurrucarse debajo de mi brazo y coloca su rostro angelical en mi pecho. Mi mano recorre su espalda y sus nalgas. Al cabo de unos minutos, a mi pequeña marsellesa se le puso la piel de gallina. La cubro con un beso en la frente antes de levantarme y cubrirla con mi top. Como no quiero que se resfríe, le digo que tenemos que volver al albergue. Ella responde negativamente, sacudiendo la cabeza y riéndose antes de esconderse debajo de mi blusa. Su actitud me hace actuar infantil y me lanzo hacia ella para hacerle cosquillas. Discutimos durante dos minutos antes de caer en la ternura mutua. Me ahogo en sus ojos, mi piel contra la suya. No cambiaría mi lugar por nada. Entonces siento una mano apoyada en mi hombro. Me dejo hacerlo y cubro sus pechos y luego su estómago de besos. Llego con la cara frente a su montículo de Venus. Su vagina está goteando mi semen. Beso su clítoris mientras me aseguro de que permanezca cubierta por mi blusa. Ella viene a colocar sus muslos sobre mis hombros y sus manos en mi nuca. La idea de ser dominado temporalmente por mi amada, por muy frágil que sea, me excita enormemente. Devoro sus dulces con el sabor de su maravilloso jugo. Lo chupo, lo chupo, lo lamo durante varios minutos. Presiona mi cabeza nuevamente y sigo el movimiento hacia sus labios. Bebo su jugo mezclado con el mío, abro sus muslos y logro meter mi lengua en mi nuevo patio de juegos favorito. Siento que me tiran del pelo y Léa comienza a gemir cada vez más fuerte mientras arquea la espalda. Llevo mis dedos a su clítoris para provocarla mientras la lamo. Ella me anima dándome directivas cada vez más hieráticas. Finalmente se congeló y arqueó la espalda, tirando de mi cabello severamente. No me muevo mientras espero que termine su orgasmo para no interrumpir su viaje. Mi belleza vuelve en sí unos segundos después, con sus manos me lleva a su rostro el cual beso en cuanto estoy al alcance de sus magníficos labios. Coloco mi frente contra la suya y ambos cerramos los ojos, saboreando el momento que acabamos de tener. Al verla temblar de nuevo, rompo el silencio y le pido que se vaya a casa con la excusa de que mañana tengo que descansar un poco del camino. Ayudo a mi princesa a levantarse y vestirse. Cuando descubro su tanga en el suelo, la agarro. Siento una cierta humedad. Se lo muestro a Léa a la vista antes de guardarlo en mi bolsillo. Ella se ofende y dice tontamente que es de ella. Le pregunto si puedo quedármelo como recuerdo, luciendo triste y apenas creíble. Ella acepta. El regreso a la casa rural lo hacemos del brazo, pero ambos somos conscientes de que nuestro idilio en Auvernia pronto terminará y que la realidad de la vida cotidiana nos alcanzará. Antes de llegar a la finca, coloco mi palma en su mejilla y lo beso con la mayor ternura posible. Cuando nuestros labios se separan, susurro te amo Léa. Veo que sus ojos brillan y ella me devuelve el beso. La siento conmovida, le pregunto si está todo bien. Ella simplemente está molesta por ese “te amo”. Tratando de restarle importancia a la situación, le digo que ya lo había dicho en el claro. A lo que Léa responde que cuando se dice con la polla erecta no cuenta. Su comentario nos hace reír a ambos y cruzamos la puerta con el corazón un poco más alegre. Cuando llego a nuestra cabaña veo una sombra sentada en la mesa del jardín. Y ahí escucho la voz de mi madre preguntándonos qué diablos estábamos haciendo afuera a esta hora de la noche. Un escalofrío recorre mi espalda, empiezo a querer salir a caminar para disfrutar de los últimos momentos en este magnífico rincón cuando mi madre mira a Léa y me interrumpe preguntándome por qué está desaliñada. Instintivamente, tengo el reflejo de fingir que se trata de una riña entre primos mientras Léa se queda helada ante la pregunta. Empujo a Léa hacia nuestra cabaña y nos alejamos mientras le hago un comentario sobre el hecho de que las peleas ya no son de mi edad y que debería pensar en comportarme como un adulto. Ignoro este comentario, pensando sólo en proteger a mi hija de la mirada de mi padre. Una vez de vuelta dentro, nos dirigimos hacia mi habitación. Cierro la puerta y envuelvo mis brazos alrededor de mi ramita. Cuando siento que finalmente se relaja, la suelto. Asintiendo, queriendo guardar silencio a toda costa, le pregunto si las cosas están mejor. Ella responde asintiendo positivamente y envuelve sus brazos alrededor de mi cuello para darme un besito. Con tristeza en el alma vuelvo a abrir la puerta para dejar que mi hija vaya al baño y se acueste en su habitación. Me desplomo en mi cama esperando mi turno para ir al baño, pero Morfeo me atrapa primero. Me levanto temprano a pesar de lo tarde que me acosté. El ajetreo de salir y hacer las maletas debe tener algo que ver. Aprovecho un baño vacío para entrar corriendo. Una vez que termino, recojo mis cosas y las cargo en el auto, empacando un poco en preparación para el equipaje de la princesa. En el albergue principal, mientras tomo mi café, sonrío ante el caos que se desarrolla ante mis ojos. Entre los niños corriendo por todos lados, los padres corriendo detrás de ellos para pedirles que revisen que no se hayan olvidado de nada. Me acompañan Léa, Alex y Manon. Nos reímos un poco de este desastre. Recordamos a nuestros tíos y tías que son un buen anuncio de anticoncepción. Una vez terminado el desayuno, salgo a fumar un cigarrillo y ayudo a mis tíos y primos a cargar los diferentes coches mientras Léa va a canalizar a los pequeños demonios mientras los padres limpian. Los saboyanos partieron primero, seguidos por los de Nantes, incluida mi madre porque fue mi tío quien se la llevó. Me encuentro solo con la gente de Niza. Cargo las maletas de Léa. Limpiamos los albergues, comemos un picnic en la mesa exterior. Le dejo a mi tía que le devuelva las llaves al dueño. Y estamos a punto de irnos. Mi tía me pide por enésima vez que tenga cuidado en el camino y arrancamos. El rugido de mi coche y mi lista de reproducción me tranquilizan un poco desde esta mañana, tengo un nudo en la garganta. Una vez que cruzo la puerta, siento que Léa se relaja al igual que yo. Y con una gran sonrisa me pregunta “¿vas a estar bien conduciendo cariño?” En mi cabeza me digo que ahora sí. Le respondo afirmativamente. Me mantengo concentrado en el camino incluso si a veces mi mano se desvía hacia los muslos de mi prima. Al mismo tiempo, a sus medias y pantalones cortos elegantes no les gusta mi concentración. Nos reímos, cantamos en ciertos temas con voces sucias. Veo a Léa en sus pensamientos. Le pregunto en qué está pensando. Me vuelve a hablar de mi madre, me pregunta cómo se pudo haber amargado su tía y si creo que sospecha algo de anoche. Puse mi mano en su muslo para tranquilizarla, esta vez no hay molestias. Le explico que el interrogatorio de anoche fue sólo una oportunidad para que mi madre me molestara porque estamos en conflicto. Le explico la situación respecto a la herencia de mi padre. Léa comprende la situación. La música ''Ain't No Sunshine'' suena en mi lista de reproducción y reanudamos nuestras lamentables vocalizaciones. Después de un momento, Léa se vuelve hacia mí con una sonrisa traviesa y me pregunta: “¿Pero si tengo que entender es que mi amada es una pensionista? Me llevé el premio gordo”. Me eché a reír. Le explico que aunque me sienta cómodo, no soy multimillonario. A lo que ella respondió que de todos modos no estaba interesada en mi dinero y que si ese hubiera sido el caso se habría quedado con alguno de sus ex. Le pido que me cuente más, me habla de una relación anterior con el hijo de un industrial bastante rico al que acabó abandonando. Sé que es raro pero me hace sentir bien oírlo decir eso. Desde la herencia de mi padre, desconfío de las personas que se interesan por mí, especialmente con el ejemplo de mi madre. Paramos para abastecernos de gasolina, café/cigarros y algunos pasteles para mi amigo. Por fin podemos besarnos libremente como una pareja joven y algo fogosa. Todavía tengo derecho a ciertas miradas dada la diferencia de edad y no me importa. Durante esta parada, le pregunto qué imaginaba a continuación entre nosotros. Me dice que tiene que quedarse una semana más en Nantes antes de partir para sus clases en París. Me pregunta si no puedo quedarme una semana con ella en Nantes. Para mí es complicado, tengo a mis perros en pensión y aunque están ahí como reyes no me gus ...
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Sí, tengo mas de 18 anos ! No, soy menor de edad