Más de 45 años de anonimato, secretos y lo no dicho, sólo una vida ordinaria real y ordenada, y luego el otro lado del espejo revela una vida secreta puntuada por fantasías de placeres obscenos, encuentros oscuros bajo el bosque, una sauna, un sitio o un estacionamiento para conocer hombres, parejas y travs que comparten los mismos placeres. A finales de los años 70, en los suburbios de París, tenía 15 años y mi vida adolescente estuvo, por supuesto, llena de preguntas sobre sexo y masturbación. Pero cada fin de semana mi mayor alegría era cuando mi tío venía a buscarme para pasar una mañana en la piscina. Compartíamos el mismo vestuario, y aunque mi vergüenza era palpable cuando casualmente se quitó la ropa interior sin ningún tipo de vergüenza, sentí que mi corazón latía un poco más fuerte cuando su pene rozó mi rostro, probablemente sin darme cuenta. Y sí, la virgen que era no pensaba que esas pudieran haber sido acciones voluntarias. Pasaron varios domingos y me acostumbré a esta promiscuidad, incluso terminé emocionándome y esperando con ansias estos pequeños momentos especiales. Mi tío había entendido bien el problema que me estaba acechando, hasta este domingo cuando su pene erecto acarició mi mejilla con insistencia. Ya no moví la toalla metida entre las piernas para no mostrar el desorden que había hinchado mi pene hasta el punto de estallar. “Él no te va a comer, tienes derecho a tocarlo”, se rió, frotó suavemente su glande en mis labios e insistió hasta que separé la boca. “Vamos, levántate y quítate esta toalla”, tiró bruscamente, y sonriendo, muy orgulloso de sí mismo, se arrodilló y me presentó por primera vez el placer de la felación. Eyaculé disculpándome por no poder contenerme, pero él succionó una y otra vez hasta extraer la última gota. Ese día fue sin duda uno de los más felices de mi vida. Los domingos siguientes, mi tío me introdujo en todos los placeres del sexo, hasta el día en que sua ...

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