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La bella y la Bestia

Publié par : germaine82ton le 19/03/2021

Nada lo distinguía de los demás habituales de la calle; sesenta, tal vez más. Lo había visto varias veces el día de mercado, su cesta de la compra rebosante de puerros y zanahorias. Solitario, inquietante. Vivía a pocas casas de mi edificio. Pensándolo bien, si lo había notado, era porque se distinguía por el hecho de que nunca telefoneaba en la calle y que no tenía perros atados. Ha notado que ya no puede saludar en la calle a extraños; todos están hablando con otras personas fuera de la vista y aquellos que ven, ¡ignoran! Pequeño, rechoncho, muslos dos veces más grandes que los míos, manos como batidoras, ojos grandes en un rostro hinchado, la mandíbula sobresaliente, el pelo negro haciéndolo parecer siempre sin afeitar, trazó su camino sin pasar el rato con nadie. Su aspecto amenazador me atraía cada vez más. Este hombre no era amado y no había amado durante mucho tiempo. Nos acercábamos a las vacaciones de fin de año y podíamos pasarlas juntos en lugar de estar solos cada uno por su cuenta.Cuando pasé junto a él, lo saludé con un tímido hola o le sonreí. Si me vio, no dejó que se notara. Saqué el gran juego: a partir de entonces, mi mirada se detuvo en su entrepierna y humedecí mis labios, levantando la mirada. Sus ojos de perro no mostraron sorpresa ni interés. Un día, cuando volvía a casa, vino a mi encuentro y, sin más consideración, siguió su camino. Pero cuando estaba marcando mi código digital, lo sentí justo detrás de mí. Estábamos solos en la calle. Lo que me había divertido, me asustó. No sabía nada de él y estaba a su merced. -¿Me ofreces un café, pedal?Desde el principio, su voz gutural anunció el color. Mi pequeño juego no se le había escapado. Sin embargo, no me tranquilicé más. Me había tomado en serio. -Sí, con mucho gusto, sígueme.Ambos volvimos a entrar en el hueco del ascensor. Apenas comprometido, tomó los roubignoles en mi mano mientras me miraba directamente a los ojos. Sonreí como una señorita que acaba de tocar su mano. Cuando llegamos arriba, me soltó para golpearme el trasero. -¡Hemos llegado, entra! Giré la llave en la cerradura.Ambos se sintieron aliviados de no haber visto a un vecino en el rellano.Hice el alegre anfitrión: -sentarse, estoy haciendo el café -gracias, pero quítate la ropa primero. ¡Quiero verte desnuda!No esperaba tal presentación, pero pase lo que pase, no pude dar marcha atrás. Había adivinado mi alma sumisa. Tan preocupado y emocionado al mismo tiempo, me desnudé frente a él. No había sonreído por un momento y todavía tenía esa mirada hosca que me había intrigado en la calle. Me estaba midiendo como un comerciante de caballos en la feria, con los labios fruncidos, dudando de que yo pudiera hacer el truco. Me puse un delantal para servirle, diciéndome que le gustaría. Pongo la bandeja con las tazas y la cafetera frente a él, ¿tienes azúcar? -no gracias, me lo tomo por naturaleza. Acercate !Me tomó las nalgas con toda la mano -Tienes un culito. Tienes que estar apretado como los demás… ¡Date la vuelta y enséñame eso!Lo cual hice, inclinándome hacia adelante. Levantó la cara para olfatearme. -Tienes el culo limpio, eso está bien, lo cuidarás aún más a partir de ahora. Me querías, me encontraste. Pero antes que nada, voy a tener que entrenarlos.Humedeció el disco y metió el dedo medio en él. Ya no era un novato y mi coño se ablandó a fuerza de ser tomado. Mi anillo resistió la intromisión por un momento. Era de esperar, no forzó el paso, pero después de unos cuantos movimientos de ida y vuelta y una rotación sobre sí mismo, su dedo me penetró en toda su longitud. -¡Bueno, ya no eres virgen pero necesito una puta enorme para Popaul!Dicho esto, se sacó la polla de los pantalones. En reposo, su miembro se parecía a una salchicha de Morteaux. Mi consternación por semejante pieza no se le podía haber escapado. -¡Y de nuevo, no has visto nada! la naturaleza me proporcionó la polla de un burro. En el porno, soñamos con eso; en realidad, nadie me quiere. Demasiado grande, demasiado largo, los lastimo y no les doy placer. Mujeres y hombres por igual. No están preparados y tienen miedo de que les desgarre la carne. Tomó un respiro profundo. . -Eres diferente. No tenías miedo de mi fealdad, te prepararé para mi rigidez. ¿Estás de acuerdo, Abel? Esto no sucederá de la noche a la mañana. Pero tengo la esperanza de formatearte. Y darte placer, entonces.¿Cómo supo mi nombre? En cualquier caso, lo había dicho amablemente.Su propuesta me atrajo. Estaba cansada de estar sola todos los días y de cambiar de pareja con demasiada frecuencia. -Sí quiero. ¿Como deberia llamarte? -¡Martín! ¡Dirás que sí, Martín! De lo contrario, ¡tendrás el rápido! Sí ? -Sí, Martin.A partir de ahora, vendrás a mi casa al final del día. Te llamaré, será mejor que no me hagas esperar. Aquí está mi dirección, dame tu 06. Intercambiamos nuestras coordenadas.Con eso, se levantó para irse. - Hasta pronto, cuento contigo.Al día siguiente, estaba alerta ... pero el teléfono no sonó. ¿Había soñado con nuestro encuentro?No fue hasta dos días después que me llamó. -¿Estás listo, Abel? -Sí, Martin. -Te espero !Mis deseos, mis esperanzas, mis expectativas ya no importaban. Solo importaba su deseo.Su casa estaba rodeada por un jardín más o menos abandonado que la ocultaba a la vista. Llamé afuera. La cerradura eléctrica se disparó de inmediato. Cruzo una avenida de lilas y fresnos antes de cruzar el umbral de la casa. Tan pronto como entró, abrió la puerta y me pidió que me desnudara. -Espero no tener que decírtelo más, debe convertirse en un reflejo para ti, ¿entendido? -Sí, Martin.Tomó mi vara en la mano y me llevó a su baño. Una gran ducha ocupaba la mitad de la habitación. Dejó correr agua de una manzana central y me empujó por debajo para enjabonarme de la cabeza a los pies. Me dejo llevar sin ocultar mi placer, atendiendo mis pechos o mis nalgas a su curiosidad higiénica. La sorpresa vino de la pipa al ...

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