Yo tenía más de cuarenta. Mis viajes profesionales me permitieron satisfacer mi bisexualidad ya sea en áreas de descanso, en urinarios, en salas de cine porno o en saunas. Cuando escribo sobre bisexualidad, debo decir mi lado gay, porque en estos lugares, a excepción de algunas personas trans. y parejas en la sauna, conocí exclusivamente hombres. Comencé con películas porno donde las pajas mutuas eran la práctica más común. Uno al lado del otro, con los pantalones abiertos, cada uno cuidaba la polla del otro, a veces sus pelotas y rara vez bajaban la mano. Los hombres, mayores que yo, se inclinaron para tragarme la polla, la hincharon, escupieron, luego tragaron mi jugo, se levantaron y buscaron otra pareja. Lo probé más tarde, me gustó y lo disfruté, pero solo chupé a un hombre por sesión. Terminé masturbándome. En las saunas me encantan las caricias, los besos, el trabajo de los pezones pero soy más reservada cuando se trata de la zona anal, ya sea la mía o la de mi pareja. Recuerdo haber frotado mi polla contra la zona anal de varios amigos y luego encuentros pero sin penetración. . Un hombre acostado conmigo en un gran colchón colectivo, un día me hizo cosquillas con un dedo sin siquiera empujarlo. Por supuesto me masturbé al mismo tiempo y quedé bajo el efecto de sus caricias y las mías. Esa tarde, en una sauna de Brest, pasé del jacuzzi a los pasillos y otros ambientes. Muchas caricias furtivas, mucho roce del glande, besos intercambiados, pezones amasados. Pasó el tiempo, llegaba el disfrute, tenía que ser. Al azar, en un pasillo, me cruzo con un hombre de mi altura, 1,80 m, que lleva una sola toalla alrededor de la cintura, como yo. Mirándonos, cara a cara, le agarro la polla, la aprieto, se pone dura. Él me hace lo mismo, a mí también se me pone ...

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