Una vez cerrada la puerta del baño, se apoyó en la pared, con una mirada desafiante. "Cómeme", susurró. Tomó mi cabeza entre sus manos, la bajó y la presionó contra sus pantalones, obligándome a arrodillarme. Sentí su pelvis ondular; con la boca abierta, respiraba con dificultad. Abrí la hebilla de su cinturón de cuero, le desabroché la pechera ... No llevaba bragas, y me quedé sin palabras ante su polar negro, que con mis dedos febriles apenas me atreví a tocar, como un tesoro inesperado. Pero el deseo de querer más despertó mi instinto animal; le quité los pantalones, ella puso un pie en el lavabo para separarse las piernas. Su respiración se hacía cada vez más entrecortada, y soltó un pequeño grito cuando mi lengua empezó a lamer su sexo. Un "síí" apenas audible me hizo comprender que estaba llegando al meollo del asunto, sobre todo porque su vulva destilaba sus preciosos jugos que lamí con avidez. Mis labios rozaron su clítoris y, para ponerlo más erecto, la punta de mi lengua lo rodeó. Quería divertirme, así que sentí el impulso de recorrer el exterior de su sexo con mi lengua para explorar el lugar de mis deseos. Atento a la más mínima reacción de mi compañera, encontré el lugar que le provocaba un orgasmo, debajo de los labios mayores... Un chorro de jugo me roció la cara; bebí como un glotón, ¡ese néctar que tanto esperaba! "¡Otra vez!", dijo con tono imperativo. Entonces me abalancé sobre su berlingo, chupándolo y mordisqueándolo. Mi deseo estaba en su apogeo cuando me di cuenta de que lo que le hacía la estaba poniendo en trance. Movía las caderas en todas direcciones, jadeaba y sus uñas se clavaban en mi nuca. Una vez más se corría, pero esta vez sin contener un gemido que me hizo estremecer de placer. De repente, llamaron a la puerta; era la dueña del bar, quien nos pidió que ...

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