Hace varios años, todavía en la escuela secundaria en BTS, cuando terminaba las clases temprano, solía hacer autostop a casa. Funcionó bastante bien en general. Pude conocer a mucha gente diferente en todos los sentidos y viajar en vehículos muy diferentes. Personas con las que no hubo discusión más que saludos y gracias. Y otros con los que estuvo presente el diálogo, interesantes. A veces me hubiera gustado conducir dos horas más con ellos, fue muy agradable. Ese día, de junio, debían ser alrededor de las 15 horas, en una carretera nacional que cruzaba el pueblo donde yo estaba en clase. Saliendo de la ciudad como de costumbre, saco el pulgar y espero a que alguien se detenga. Pero ese día no tuvo demasiado éxito. Después de 45 minutos, comencé a perder la esperanza. Aquí viene una camioneta azul oscuro, no muy reciente, que estaciona en el arcén. Al volante una señora, pelo largo, canoso, difícil darle una edad, entre 55 y 65 años visiblemente, espíritu bohemio, una tela en el pelo, una trenza a un lado, atrapasueños alrededor del espejo interior, una larga falda y camiseta sin mangas. Me pregunta adónde voy y me dice que suba, es su ruta. Se disculpa por el desorden, pero regresó de visitar a unos amigos y estaba durmiendo en su auto. De ahí los asientos abatidos y un pequeño colchón detrás. Después de los habituales intercambios sobre mi situación, por qué hago autostop, mi edad... Hablamos. Más bien locuaz, me cuenta que cuando era más joven hacía mucho autostop, que hacía autostop con una amiga por toda Francia, que en aquella época hacer autostop era común y funcionaba bien. Me habla de su juventud, de su vida. Al hablar nos damos cuenta de que tenemos la misma visión de la vida, ciertas pasiones comunes, en definitiva, el viaje va bien y es muy pla ...

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