Salgo de la rotonda y tomo la carretera D279, una pequeña carretera que atraviesa parte del bosque de Bercé. Voy allí en cuanto puedo para satisfacer mis deseos sexuales. Conduzco 2 km y aparco a la izquierda, a la entrada de un sendero, una entrada lo suficientemente ancha como para dos vehículos. El sendero está cerrado por una barrera. Durante 80 m, ha sido despejado a cada lado por 5 metros para almacenar leña, luego se estrecha. Ahí es donde me acomodo. Saco una toalla de mi mochila y la extiendo sobre la hierba frondosa, luego me desnudo. Me tumbo, con los muslos abiertos al máximo. Me masturbo con la mano derecha y me acaricio los huevos con la izquierda. Varios vehículos pasan lentamente, pero continúan. Absorto en mi masturbación, no me doy cuenta del vehículo que pasa. Oigo cerrarse una puerta. A la espera, observo la entrada, listo para volver a ponerme los pantalones cortos. Aparece una silueta. Uf, conozco a este tipo: ya lo he masturbado y se la he chupado, él me masturba a mí. Su particularidad: eyacula una cantidad fenomenal de semen. La primera vez que se la chupé, me sujetó la cabeza con fuerza, se corrió tanto que en un momento dado tuve que tragar. Era la primera vez y me encantó el sabor. — Hola, ¿está buena? — Sí, muy bien. Ponte cómoda. Se desnuda, se pone de rodillas cerca de mi cara. Me trago sus bolas, no muy grandes, ambas caben, luego le lamo el pene y me detengo en su cabeza. Él gime. — ¿Tienes algo de jugo? — Sí, mucho, para una semana. Vas a tragar. — No, quiero que me des una dosis. — ¿Quieres que te folle? — Sí, sin condón. — Vale, ponte a cuatro patas. — Cógeme al estilo misionero, como una mujer. — ¿Como una zorra? — Sí. Me cubro el ano con gel y su polla. Se desliza entre mis muslos, apoyo las pantorrillas en sus hombros, estoy bien abierta. Guío su polla hacia mi orificio. — Entra despacio. Me da embestidas pequeñas, sus bol ...

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